El otro día, en una charla donde intenté contar (siempre es un intento) mi PFC, hablaba de la importancia de volver a incorporar al usuario —y a la sociedad—, a los objetivos y procesos de la arquitectura como disciplina, y en esa línea proponía la recuperación de la autopromoción frente a la promoción inmobiliaria actual, demostradamente fallida.
Al día siguiente un colega, J.A. Carrillo, me pasó una noticia muy interesante, donde se cuenta una experiencia en Elche que recupera la vieja idea de las cooperativas de vivienda. Si se mira bien, la noticia presenta varios aspectos muy potentes para la profesión:
Primero llama la atención la iniciativa de dos personas sin relación profesional con la arquitectura. Aún si no hay oferta de vivienda (o esa oferta es inaceptable), resulta que la sociedad es capaz de autogenerarla, el propio usuario es capaz de convertirse en el promotor y el empresario. Es una muestra más de que la vivienda no es un producto de consumo como cualquier otro porque no responde a leyes de oferta/demanda tan directas: siempre, esté como esté el mercado, sigue siendo una necesidad, un bien imprescindible. Y de una forma u otra, la sociedad se apañará para tener acceso a ella. Con promotores o sin ellos, con constructores o sin ellos, con arquitectos… o sí, también sin nosotros.
Lo segundo es que, aunque los usuarios-clientes nos van a evitar siempre que puedan si ven que vamos a otro rollo y no respondemos a sus necesidades (qué bien lo sabemos…), su iniciativa puede convertirse en una oportunidad de trabajo renovadora y gratificante. De ello se han dado cuenta, y con muy buen ojo, en ese “despacho de abogados especializado en urbanismo”: cuando el papel de promotores y vendedores falla, aún podemos convertirnos en “facilitadores” de la satisfacción de esa demanda que siempre, siempre estará ahí, imparable y genuina.
Gente que sabe lo que quiere, que intenta ponerlo en marcha con sus propios medios, pero que necesita apoyo profesional para hacerlo. Profesionales de la arquitectura que saben hacer lo suyo, y buscan para quién hacerlo. El cóctel perfecto para dar impulso renovado a la auto(co)promoción asistida.
Auto, porque parte de los propios usuarios. Co, porque ante la dificultad y el tamaño del emprendimiento, la unión facilita mucho las cosas, y este tipo de procesos comenzará a apoyarse cada vez más en grupos, colectivos y redes de personas. Promoción, porque de eso se trata, de poner en marcha proyectos de arquitectura. Asistida, porque aunque el impulso y el liderazgo es de los propios usuarios (casi demasiado como para llamarlos “clientes”), el papel de los profesionales sigue siendo fundamental para que la iniciativa llegue a buen puerto y con la calidad deseada… o más. Sólo que ahora no es una labor de mera oferta, sino de asistencia, de colaboración.
Ya hemos visto que algunos abogados están dispuestos a lanzarse al desafío. La pregunta es… ¿y los arquitectos?
¿Estamos preparados para asumir los cambios en el modelo de promoción? ¿Sabemos trabajar en proyectos participativos con tantos agentes distintos? ¿Cómo afrontaremos el proceso de diseño? ¿Podremos siquiera poner de acuerdo a tanta gente sobre una sola propuesta? ¿El edificio será una mezcla personalizada al detalle de los requerimientos de cada cliente, o un sistema menos personalizado pero flexible capaz de adaptarse a todos ellos? ¿O lograremos unir ambas cosas? ¿Seremos capaces de aportar una visión de calidad arquitectónica por encima de los clichés y prejuicios que los usuarios de a pie puedan traernos? ¿Podremos aportarles más valor aún, o como decía De la Sota, darles “liebre por gato”? ¿Lograremos encontrar un lenguaje común? ¿Hasta qué punto podremos trabajar en el diseño arquitectónico con ellos? ¿Llegó, también, la hora del co-diseño asistido?